Cuzco y el ocaso del INCA. página 10

¿Cómo describir el Cuzco y sus alrededores en palabras? No hay forma. Cualquier intento quedara corto. El mío no será la excepción. La ciudad no es del otro mundo. Pero el aire es muy distinto al resto, es frío y milenario. Su gente se mezcla con gringos al por mayor, gringos que lo compran todo, subiendo los precios. Los almacenes de textiles son obras de arte en sí, ponchos y mantas de todos los colores, sacos de lana de vicuña y brasileñas perdidas. Nos quedamos en un hostal frío sin calefacción. La temperatura debe rondar lo 3 o 5 grados centígrados. Por más cobijas que te pongas encima, el viento helado busca como alcanzarte. El centro guarda construcciones coloniales sobre ruinas incas. Las ruinas incas son espectaculares, cada piedra fue moldeada para casar con la que le precede. No es necesario el cemento, ni ninguna sustancia para unirlos. Sus cuerpos encajan armoniosamente con sus vecinos, en una perfecta y eterna comunión de formas.
Las huellas de la explotación y el saqueo español son evidentes en cada lugar donde sobrevive algún rastro inca. “Esto era un templo bañado en oro, hasta que llegaron los españoles....” “Esto era un jardín con figuras doradas, hasta que llegaron los españoles...” La historia se repite en cada lugar. Pero recrear esa ciudad en su máximo esplendor es una tarea imposible para la imaginación de una persona de este tiempo.

Pasamos dos días. Primero para descansar y segundo porque son muchos los lugares por conocer antes de partir al Machu Pichu. Los dos días tuvimos el mismo guía y los mismos compañeros de viaje. El guía se llamaba Julio, era bajito y con su brazo derecho totalmente seco, apenas le servia para mover los dedos. Era como el brazo del Alien de Giger. Él hacia de cualquier pequeña cosa, algo fastuoso y extraordinario - “A mi derecha tienen la espectacular fuente Inca ....” Y a la derecha había un par de piedras agrietadas rodeando un hilito de agua. Aun así había lugares extraordinarios como Saqsuaywaman o Pizca desde donde se alzaban impresionantes vistas de los Andes y de lo que alguna vez fue la civilización más importante de America: Los incas.

El viaje fue alentado por la presencia del ejemplo perfecto de mi aberración: una brazileña. Tantas hermosas mujeres del país de la samba y las fabelas han alimentado mis sueños desde que oí el bossa nova que me es imposible pasar de agache ante un acento portugués. Su piel está en el punto exacto del balance, sus ojos por lo general claros son más efectivos que los de la misma medusa y su acento cantado y sobrecargado de sexualidad me vuelven idiota, más idiota. A está brasileña nunca le hable, por lo general no lo hago cuando una mujer me gusta mucho. Me dediqué a observarla. A veces, ponía a Carlinchi en situaciones incomodas, donde él simulaba una foto para que yo pudiera registrarla. Cuando caminaba, cuando reía, todo lo que hacía llamaba mi atención. El ultimo día, ya en Ollantaytambo, ella se acercó. Dijo algo en portugués que no le entendí. Su novio me había visto con recelo todo el tiempo. Le cantó un par de palabras y se fue adelante con el grupo. Yo estaba sentado en una “piedra Inca”. Ella se paro al frente mío, dandome la espalda. Se quedo allí, maravillada con el paisaje. Tomé la foto. Se volteó, sonrió dijo otra cosa que me sonó “a Macarena” y se fue detrás de su novio. Carlinchi me gritaba desde lejos “Apurate pues pendejo, que nos van a dejar”. Pero igual nos quedamos. Nuestro tren salía de allí en la madrugada para el famoso Machu Pichu.
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