El bus de la muerte en Perú, pagina 6
No supe cuando ni como pase la frontera entre Perú y Ecuador. El bus era cómodo, de dos pisos y sin películas malas. Dormí toda la noche y supongo que sonámbulo presente mi pasaporte al oficial peruano. El hecho es que ahora estaba en un terminal pequeño, esperando el bus de las siete de la mañana que me llevara a Trujillo. Los moscos zigzagueaban entre las sillas y en la portada de un periódico local hablaban de un niño muerto por la gripe porcina en Chiclayo. La gente de ésta parte del Perú no es muy distinta físicamente de los ecuatorianos. El lugar estaba a medio llenar, con campesinos que llevaban todo tipo de frutas y animales. Aprendí la primera lección del Perú. Es un país sin grandes terminales de buses. Cada empresa tiene su propio terminal satélite y para viajar cómodo hay que contar con suerte. Con la suerte de caer en manos de una empresa seria. Yo no tuve suerte.

El primer viaje, de nuevo presionado por un tipo que vive de meter viajeros incautos en buses de la muerte, fue terriblemente largo. Atravesé el desértico y maravilloso norte peruano en un bus azul destartalado, lento y ruidoso. En cada pueblo se subía y se bajaban personas de todo tipo. Se bajaba un cantante, se subía un pastor cristiano, se bajaba un cuentachistes, se subía un comerciante de baba de caracol; todos echaban su discurso. Ahora recuerdo ese viaje como uno de los mas divertidos, pero a la vez de los más peligrosos. Las rectas son eternas y el chofer le mete a todo dar. Difícilmente pasa los cien kilómetros por hora en ese bus desprovisto de cinturones de seguridad, cuando la maquina empieza a trastabillar como si estuviera abandonando la atmósfera terrestre. Las maletas se salen de su sitio, una viejita rueda por allí y un bebe llora sin parar, aún así la mayoría de los pasajeros le gritan al chofer que acelere, que va muy lento. La escena no es surrealista, es más bien crudamente real, de por si entretenida. Saco mi cámara y tomo fotos, grabo un video del botiquin de emergencias del bus, una caja de madera con una cruz roja malpintada, que amenaza con caerle en la cabeza al chofer y matarnos a todos. El paisaje es hermoso. Los pueblos aparecen cada veintena de kilometros, con sus casas miserables y sus invitaciones a polladas. El polvo alimenta los carros que atraviesan el desierto peruano. Me preguntó si estamos cerca del mar. Cerca el medio día entramos a Trujillo.


0 Responses