En tren al santuario del Machu Pichu, Página 11

El tren salió a las 5:30 am. Tiene un vagón para turistas extranjeros y otros para peruanos. En el de peruanos va Carlinchi, obviamente, su tiquete le costó unos cuatro dólares. En el de extranjeros voy yo, mi tiquete costó sesenta y seis dólares, ida y vuelta. No hay comparación y la sensación de que te han tumbado crece con cada traqueteo del tren azotando las tablas de la vía. El tren es cómodo, pero después de haber pagado eso, lo odias. Más cuando el trayecto es de solo hora y media. Sin embargo, no hay opción, la otra forma de llegar es caminando durante cuatro días. Igual, la ruta está adornada por paisajes hermosos. De verdad que se siente en el fin del mundo. El tren atravesó las altas montañas de los Andes, algunas con paramos, todo el tiempo siguiendo un río bien caudaloso. De vez en cuando aparecía una casita de campesinos, pero ya al final no habían construcciones. La vista mejoró cuando amaneció del todo, el sol se demoró en llegar porque se quedaba pegado a los picos de las montañas. Desde luego mi vagón iba lleno de turistas que hablaban mil idiomas. Siempre estuvo alumbrado por las luces de los flashes que rebotan en el frío metálico del ferrocarril. Cuando llegamos al pueblo, una horda de peruanos come - dólares esperaban ansiosos sus víctimas. El pueblo es pequeño, pero lleno de locales de gringos y restaurantes de todos los lugares del mundo. Hicimos fila para coger el bus que nos subiría al santuario inca en el pico de la montaña. Resulto que a los peruanos les cobraban 2 dólares y a los demás 14 por subirlos. Ya estaba a punto de mandarlos pa´ la mierda, pero ya ahí ni modos. Los buses salían cada cinco minutos, repletos de gente. Un peruano, con cara de inca, nos contó que habían traído mas de 30 buses para ese servicio hace solo unos meses. Los transportaron por tren.

La subida era larguísima, y zigsagueante, de cuando en cuando el bus tenia que orillarse para darle paso a otro que bajaba y casi que se asomaba al abismo. Un par de francesas asustadas pegaron más de un grito. En el trayecto vi Machu Pichu desde lejos por primera vez, bonito, bonito, pero nada extraordinario. Esto sumado al malgenio que llevaba por la tumbada me llevo a escupir vainazos en español e ingles para que entendieran todos. Llegamos y aún había que pagar la entrada. Mi esperanza se reducía a ahorrarme unos dólares, la mitad, pagando como estudiante; con el carnet de mi ex-universidad vencido ya había hecho en Cuzco algunos chancucos. Al llegar a la entrada del santuario, me toco mi turno de pagar y resulto que el carnet no me servia, que tenia que pagar los cuarenta dólares completos. Desde luego ya era suficiente y arme una discusión muy diplomática como por 20 minutos, causando un trancon de turistas considerable en la fila . Carlinchi ya había entrado hace rato. Al final la señora se canso de mi y me dejo pasar como estudiante. Me dijo que además de tener un carnet vencido, los estudiantes van hasta los 25 años y yo ya iba para los 27. Le dije que uno era estudiante toda la vida.

Adentro, tuve la primera impresión real de Machu Pichu. Una vez se voltea unas casas sobre un camino de piedra, quedamos frente a una espectacular imagen del santuario Inca en la punta alta de la montaña. Es increíble lo que pudo hacer este pueblo, justo ahí en medio de la nada y con unas herramientas arcaicas. El pueblo medio iluminado por el sol está rodeado por montañas e inmensos abismos, hay nieblas que cubren partes de la selva y crean sombras sobre el santuario. Las casas van ordenadas por etapas, los templos están en los lugares privilegiados. Al fondo del abismo se ve pequeñito el tren turístico atravesando a la ladera del cerro.

Creo que el santuario está a unos 2.700 metros, en la punta de una montaña picuda. Un guía tipo Julio decía, que esas ruinas eran el pueblo inca que se conservaba en mejor estado. La razón era simple, nunca había sido encontrado por los españoles. Un grupo de ellos, intercalado con otros gringos, gimoteó " Ya estoy hasta la ostia, que en todo lado nos echen la madre", se fueron manoteando. Pero supongo que será algo con lo que tendrán que cargar siempre, la vergüenza de haber arrasado un continente. Las evidencias del saqueo están desde que salí de Colombia y supongo que siguen hasta la Patagonia.

Después de un recorrido de un par de horas y de una buena siesta en una terraza Inca, nos bajamos para el pueblo. Carlos había decidido acompañarme hasta el salar de Uyuni en Bolivia.


Y esa misma noche emprendimos el viaje. Durante el trayecto me pareció ver un grupo de incas parado al borde de la carretera, con sus ojos entreabiertos y sus vestidos de colores. Los incas ondeaban sus manos y sonreían. Tal vez sólo fue un sueño. Bolivia y el lago Titicaca estaban a unas 7 horas de viaje.

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