Salinas, una playa que no es caribe, Página 4

El viaje a Guayaquil ha estado provisto de cierto peligro. Una vez más el chofer resulto un salvaje. Pero esta vez nos torturó con películas de terror tipo George Romero, dobladas al español ecuatoriano. ¿Quién podría asustarse con ese acento?
Mi mamá me gano la ventanilla. Y yo he tenido que ver el viaje a medias a través de la cortinilla. La salida de la ciudad, fue una montaña rusa. El bus se doblaba en cada curva, como si se fuera a hacer pedazos. Por momentos, algunos gritaban asustados, cuando veían con horror los abismos que acompañaban nuestro viaje. Después de horas de gastritis, entendí que lo mejor era dormir. Una sabia decisión, no había mucho por ver más que pobreza y penosas casas famelicas. Desperté en la entrada de Guayaquil.

Guayaquil es una ciudad moderna, con edificios de oficinas, grandes centros comerciales y un cierto look “miamiyesco”; tal vez por el Malecon. Mi mamá opinaba igual. Encontró una calle muy parecida a la de un lugar llamado Coconito en Miami, donde alguna vez bebió cocteles con mi papá. El hotel en el centro era un edificio alto y lleno de pequeñas habitaciones. Nos ponemos de acuerdo para ir primero a Salinas, a dos horas de allí, antes de conocer la ciudad. En mi opinión, Quito es más mi estilo. Ese look “Miamiyesco” siempre me ha parecido algo “traquetizante” o mafioson. En cambio mi mamá, ama desde ya Guayaquil.

Salinas es triste. Es un viaje corto, pero la ciudad tiene algo feo, difícil de identificar. A mi llegada, encontramos muy poca gente en la calle. Lo que es extraño para la ciudad que es el sitio de descanso de los ricos de Ecuador. Los hoteles recién construidos tienen ya algo de viejo, a pesar de su fastuosidad. Y las calles aunque limpias, lucen abandonadas. En el hotel, la recepcionista nos dice que no es temporada de turistas. Descansamos en la playa, mi mamá no tarda en meterse al mar. Se queda un par de horas chapoteando, mojando su pelo, sonriendo, saludando desde lejos y gritando para que me meta. Damos una vuelta en lancha y comemos langosta en la plaza de mercado. Falta vértigo.

Al día siguiente, de regreso a Guayaquil. Descubro que era lo que no me gustaba. Era una cuestión de costumbre. Las playas de Colombia son doradas y sucias, las de Ecuador son limpias y oscuras; el pacifico es frío y fangoso, el caribe es claro y tibio. La gente que vive en las playas de Colombia es gente parrandera. En Ecuador son callados. Para finalizar, las mujeres de la costa Atlantica tienen que vestir poca ropa por el calor, lo que las obliga a tener hermosos cuerpos, acá el clima es templadito y, más bien, con muy pocas mujeres para ver. En resumen, lo que no me gustó es que no era una playa del Caribe. Sin embargo, mi mamá se supo dar la gran vida. Y por primera vez, duerme durante el viaje.

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