Buenos Aires, conclusión del viaje de gripa Porcina. Página 15


El viaje había sido eterno, pero reconfortarte. Fue el mejor bus de toda la odisea. Dormí como un bebe casi las 24 horas. Vi algunas imágenes: la ciudad de Rosario, la extensa sabana que nunca termina y las vacas gordas que miraban desde el otro lado de cercas tecnificadas. Ya quería llegar.

Para describir Buenos Aires, necesitaría más que un blog. Tal vez más de mil. La entrada a la ciudad fue de noche. Al salir de la estación del Retiro, llame a mi amiga Magda. Estaba del techo, preocupada porque se suponía yo debía haber llegado ya hace horas. Me dio las indicaciones de como llegar a su casa. Las anote en la ultima hoja de mi diario de viajes. Estaba lleno de anotaciones, arrugado, con matachos y nombres. Llame a mi casa. Mi familia dormía. Mi mamá había viajado a otro destino de Colombia. Todos estaban preocupados. Les dije que estuvieran tranquilos que ya había coronado, que no tenía un peso para devolverme, pero que ya conseguiría. Salí de la estación. El cielo estaba nublado. Las calles alumbradas como surcos de una extensa red se entrecruzaban como parte de un tejido Inca. Buenos Aires me pareció, en ese instante, la ciudad más hermosa de Sudamerica. Y eso que todavía no había ido a San Telmo, no había paseado por las calles de Palermo, no me había perdido entre los cientos de libros de la Avenida Corrientes, no me había emborrachado en un concierto de un grupo de música báltica, no había ido al teatro, ni al cine, no había visitado el estadio de River, no había paseado con Magda por el río de la plata, no me había llevado un susto mientras buscaba la tumba de Evita en el cementerio de la Recoleta, ni había conocido a esos increíbles compañeros de viaje que me acompañarían como una familia durante esa larga semana que bebimos juntos por los bares de Buenos Aires.

En el Subte, una señora de edad le contaba a otra más joven como su vecina estaba internada en el hospital por un cuadro grave de gripe porcina. La señora joven se puso la mano en la boca. Todavía me faltaba cruzar los Andes de nuevo, hablar de la casa de Neruda y del smog que se refunde con la nieve en Santiago de Chile. Pero para mi, la Ruta de la porcina acababa en Buenos Aires.
0 Responses