MOCHILEANDO DE BOGOTÁ A BUENOS AIRES, LA RUTA DE LA PORCINA, preambulo
El agente Caicedo, policía de la frontera de La Quiaca, tiró al piso los zapatos del pequeño Boliviano. Esperaba que algo saliera de ellos. Tal vez coca, pero nada paso.

-¨Vos lo que queres es quedarte a trabajar¨- dijo fastidiado. Sus palabras eran fuertes y claras, a pesar del tapabocas que le cubría el rostro. -¨¿Ha tenido algún síntoma de gripa?¨- Continuó sin esperar respuesta. -¨Catarro, dolor de cabeza, fiebre...¨- preguntó mientras su metro noventa y ochenta kilos de carne humana, vestidos con el uniforme manchado y gris de la gendarmería Argentina, acechaban al indio.
-¨No señor.¨- Gimió el tipo, a la vez que sacaba sus pertenencias y las ponía sobre la mesa de la estación.
El agente desordenó la ropa de un manotazo. No encontraba nada raro. -¨¿A que vas a Buenos Aires, la pandemia esta durisima allá.¨- El repentino tono paternal, hacia parte de su ya practicado acto de inquisidor.

Yo esperaba mi turno; exhausto y con ganas de acostarme en una buena cama. Traía más de 7 mil kilómetros recorridos desde mi salida de Bogotá. En bus, lancha, tren y a pie; había sido un viaje largo que todavía estaba lejos de llegar a su final. La sombra de la gripa porcina me había acompañado en cada paso, en cada bocanada de aire, en cada terminal de bus. Era un ruidoso monstruo que hasta ahora no había atacado. Muy al contrario, su compañía había sido imprescindible. Las partes del viaje donde no se había hecho oír, habían sido las más desoladoras.

El agente Caicedo estornudó. Su tapabocas se infló con las miles de diminutas partículas que salieron de su boca. El boliviano lo miro asustado. De nuevo me sentí tranquilo, como en casa.

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